Erase una vez, en una tierra que ya no existe, un padre que guiaba a su familia y a su pueblo. Este padre, líder de una de las siete tribus que dominaban las islas sabía cosas que el resto habían olvidado. Sabía como invocar espíritus cuyo nombre el resto había olvidado y sabía como contactar con sus antepasados.
Todo lo que hacía lo hacía por el bien de su gente, así que cuando murió no cruzó al más allá, a lo desconocido, sino que se quedo vigilante. Sabía que aunque el resto habían olvidado las antiguas costumbres, sus hijos recordarían.
El tiempo pasó, y el padre vio como su tribu prosperaba y aunque cada vez había menos gente que recordase sus enseñanzas, aún había quienes ofrecían los sacrificios que le daban el poder y la energía para velar por los suyos. Mas al estar muerto, y no ser más que espíritu, poco podía hacer más allá de las tierras sombrías donde las tierras de los vivos y de los muertos se cruzaban, sus acciones estaban limitadas al consejo y entrega de su sabiduría. Así, gracias a él se conservó el conocimiento de como satisfacer a los antiguos dioses para que las estaciones fuesen propicias para las cosechas, el mar diera abundante pescado, y las enfermedades no asolaran a los suyos
El tiempo pasó, año tras año, y llegaron gente del polo de la tierra, al este. Extraños a sus costumbres, con una nueva religión que proclamaba que todas las costumbres que él había enseñado a sus descendientes eran herejías y debían de ser olvidadas.
Primero por la fuerza y después por la mezcla, los extranjeros impusieron sus costumbres, y aunque los más fieles entre su pueblo, su antigua familia, aún hacían sacrificios a escondidas, su poder menguaba y la esencia que lo mantenía empezó a escasear.
En este tiempo de tumulto, del seno de su familia nació una mujer, que demostró ser tan sabía como fue él en vida, y a través de los sueños, del viento y del agua la habló y la enseño sus conocimientos. Y con el paso del tiempo y entregándole parte de su propia esencia, concibió con ella una hija mediante un simple beso de la carne y el alma. Esta niña era diferente a todos los demás, pues mientras que su pueblo era de piel morena y pelo de brillantes colores ella era pálida como el nácar y el pelo tan negro como el ala de un cuervo.
Su madre cuidó de la niña y trató de ocultarla, pero fue en vano, pues su marido, que por política era el líder de las siete tribus, sabía que esa hija no podía ser suya. "Blasfemia" dijo el señor de las tribus, pues había sido educado según las costumbres extranjeras, y encerró a la chiquilla lejos de su madre, y alejada por protecciones de sal y arena de su padre.
El padre, desesperado y sin poder, sabía que el destino de su hija era aciago, así que viajó por las tierras de los muertos en busca de ayuda. Atravesó el mar de sombras que todo lo rodea hasta llegar a la capital de los muertos, una ciudad donde miles de millones de almas se habían anclado, donde seguían con lo mismo que habían hecho en vida, o brillaban más hasta llegar a limites que jamás pudieron soñar o se extinguían para siempre, consumidos por la entropía del vacío. Allí, el padre desconsolado busco ayuda, un suplicante más entre miles. Pero hubo alguien que le escuchó.
Una voz sensual, desde un carruaje guiado por cuatro corceles de ojos rojos y por un caballero de negra armadura, una voz a la que ningún hombre se podría negar, le convocó. Se adentró en la carruaje del color del ébano y allí estaba ella, separada por velos de seda roja, blanca y negra, que más que ocultar insinuaban una belleza mayor de la que debería de ser posible.
Y esa voz que le había hechizado volvió a llegar a él. "Sé de tu sufrimiento, buen padre, y yo puedo ayudarte". "Tu hija vivirá rodeada de los mejores lujos, y atendida en todo lo que necesite, yo haré que tenga todo lo que ansié". "A cambio de rescatarla sólo ha de vivir conmigo, eso es lo único que pido".
El hombre muerto contuvo el aire, cosa absurda pues hacía décadas que no necesitaba respirar. No sabía quién era la mujer cubierta por velos de seda pero había algo que le alarmaba, ¿pero como podía negarse habiendo en juego su hija nada menos?
El hombre muerto con un suspiro de éter accedió, la mujer cuidaría de su hija y se la llevaría lejos de sus tierras natales para que sus enemigos de la nueva religión no pudieran dañarla nunca más.
Un mes más tarde un caballero llegó en barco a la isla, era apuesto y su porte era altivo. Se movió con una gracia que algunos tildarían de inhumana, y a pesar de su belleza, pocos podían contemplarle durante largo tiempo. Su armadura, de metal bruñido, era desconcertante, pues si se la miraba con atención podías ver rostros flotando en ella, rostros distorsionados por el dolor.
El caballero avanzó hacia el palacio del señor de las siete tribus, con paso firme, y nadie osó interponerse en su camino. Su mera presencia indicaba peligro, su mirada, fría y desdeñosa, reflejaba horrores inconcebibles para un simple mortal. Se adentró en el edificio de coral sin ninguna oposición, y en una noche sin luna se llevó consigo a la joven del pelo azabache.
En la isla no se volvió a saber de ella, ni de su resignada madre, ni de su espectral padre. Y a medida que el tiempo pasaba, el padre perdió contacto con su gente y con sus tierras, ya que con su hija fuera de su alcance se dejó llevar al olvido.
La Historia
EL GATO VENGADOR
Suscribirse a:
Entradas (Atom)