Estos archivos fueron encontrados en la base de datos de la policía con respecto al suicidio del doctor en psiquiatría David Gómez, ahorcado en su estudio en la ciudad de Zaragoza el 19 de Marzo de 2003:
Ya no sé como vencer a mis pesadillas, esas terribles visiones que me asaltan cada vez que mis ojos se cierran. Visiones de terribles seres, deformes y desfigurados, acechándome entre las sombras de la siniestra ciudad de plata, coronada por la luna llena, blanca, regocijándose desde su trono en el firmamento, como un ídolo blasfemo que me atormentaría en futuros sueños.
Lo que aconteció aquella noche sólo lo sabríamos el doctor y yo. Pero ahora el doctor está muerto, y me ha dejado a mí como único conocedor de la verdad. Una verdad que no tiene nombre, una verdad superior a la intervención de la ridícula mentalidad humana.
Al principio el Bourbon me ayudaba, pero ahora ni la droga ni el alcohol pueden frenar el inexorable avance de mis pesadillas, ni mi implacable perdida de cordura.
Ya no me queda nada, nada a excepción del reconfortable saber de que puedo acabar ya con todo. De que no estaré aquí cuando me alcance ese estado de locura que hace que el hombre deje de ser hombre.
Es por esa razón por la que, cuando acabe de narrar estas crónicas, pienso quitarme la vida utilizando la soga que en estos momentos reposa sobre la mesa de mi estudio.
Lo recuerdo todo como tristes fragmentos de un sueño del cual nunca sabes cuando despertarás...
Corría el año mil novecientos noventa y nueve. Era Diciembre y toda la gente se encontraba nerviosa por la víspera del nuevo milenio, un hecho que consideraba carente de importancia.
Yo todavía me encontraba trabajando en Zaragoza junto con un famoso parapsicólogo, el doctor Arturo Muñoz, conocido por sus métodos exóticos y extravagantes ideas.
Con el tiempo se había creado cierta amistad entre ambos, cosa extraña, ya que yo tampoco soy considerado una persona sociable, en realidad soy calificado de excéntrico por muchos.
Nos habíamos conocido en Madrid seis meses atrás, el era profesor en la universidad, y desde el principio me había fascinado su hipótesis acerca de cómo los impulsos positivos o negativos que desprendía una persona o lugar podía afectar a un sujeto “receptivo”.
Pero lo que nos encontrábamos investigando en ese momento bien poco tenía que ver con lo anteriormente mencionado. A decir verdad, podía parecer todavía más extraño y descabellado.
Estábamos estudiando la irrelevancia de los sueños en la vida humana y una posible correlación entre los sueños y la, desde mi punto de vista, relativa realidad.
A través de un aparato encargado de medir los impulsos cerebrales analizábamos a los sujetos, siempre humanos, y comparábamos sus respuestas emocionales.
Incluso cuando la universidad de Zaragoza se negó a financiar nuestros experimentos, calificándolos de “extravagantes”, seguimos trabajando en nuestras investigaciones de lo paranormal.
Ya que los sujetos que se ofrecieron eran inadecuados, dado que eran estúpidos, analfabetos y carentes de imaginación, no nos quedó otra opción que donar nuestros cuerpos a esa ciencia oculta a la que llamábamos trabajo.
Lo sucedido la noche del 31 de Diciembre puede parecer la más descabellada de las epopeyas, e incluso obra de un demente, siquiera yo estoy seguro de la veracidad de los acontecimientos que presencié.
Ambos habíamos decidido inducirnos un estado de sueño mediante un fármaco experimental, aún no comercializado, que le había proporcionado al doctor un viejo amigo suyo. Grabaríamos nuestros impulsos mentales en una vídeo cámara para un posterior análisis.
Comencé conectando el receptor a la cabeza del doctor Muñoz y situándole a continuación en la cama, una vez hecho esto le administré el fármaco. A continuación repetí dicho proceso conmigo.
Sé que esta tarea hubiera resultado más fácil con la ayuda de una tercera persona, pero fui yo quien le recomendé al doctor mantener el anonimato y la intimidad, aunque ahora me arrepiento de ello y sigo pagando por dicho error.
En el momento en el que el sueño se apoderó de mí me cuesta asegurar que lo vivido fuera real o no, ya que se escapa de mi control cualquier huida de la existencia terrenal como el sucedido esa última noche de 1999.
En el momento en el que el sueño se apoderó de mí sentí una placentera relajación de todos los músculos de mi cuerpo y me invadió una sensación de ingravidez que nunca antes había sentido en mis paseos al mundo de los sueños.
Se que fue sólo un sueño, que no fue físico, pero yo sentí como mi conciencia abandonaba mi cuerpo, atravesando las barreras del espacio y del tiempo, hasta llevarme a los confines más remotos del universo, lugares que la mente humana jamás podría visionar y mucho menos describir, lugares hermosos… y lugares terribles.
Recuerdo que el doctor viajaba junto a mí, no en forma física, si no como una presencia incorpórea y carente de forma.
Al abandonar el mundo terrenal me di cuenta de la mayor de las verdades, que nuestra propia ignorancia hacia la grandeza y maldad del universo es nuestra única defensa ante una locura tal y como la sufriríamos de concebir el mundo tal y como es.
Recuerdo haber viajado durante eones por los más oscuros rincones del espacio, visionando las más hermosas y las más terribles de las construcciones, jamás vistas por el hombre, para finalmente dar con el que sería nuestro destino, la Ciudad de Plata.
En el momento en el que alcanzamos a verla un cambio aconteció en nosotros: adquirimos forma corpórea. A pesar de nuestro renovado aspecto pudimos comprobar que algunas de las que serían fundamentales leyes de la física nos afectaban en menor medida y de una forma desconcertante y sobrenatural.
Entonces fue cuando la vimos, La Ciudad de Plata, hermosa y terrible al mismo tiempo, como un sueño en el que sabes que tanto tus más deseadas fantasías como tus más terribles pesadillas pueden cumplirse.
El tamaño y la magnificencia de la construcción eran incomparables con las de cualquier otra vista en la Tierra. Su forma era una mezcla entre el gótico y las construcciones modernistas, plagada de torres, algunas tan altas que se perdían en la inmensidad de un cielo nocturno, y todas ellas acabadas en unas terribles agujas. Pero lo más sugerente era su luminosidad, procedente del reflejo de una luna llena, peculiarmente grande y blanca, que dotaba al magnifico panorama del tono frío y solemne del metal.
No sabía que oscuras revelaciones guardaba esa imposible construcción, pero seguramente serían los secretos del mismísimo origen del universo estarían guardados en las estanterías de sus solemnes bibliotecas.
Vi al doctor Muñoz aproximarse a los muros de mármol que separaban la Ciudad de la Sabiduría del vasto mundo de la mediocridad y la ignorancia, o ese fue el cometido que yo pude atribuirle. Por aquel entonces nosotros ya habíamos olvidado todo lo concerniente a nuestro estudio, y toda nuestra atención estaba puesta en los infinitos saberes que me esperaban al otro lado de esos sugerentes muros.
En el momento en el que nos situamos junto al muro de frío mármol un escalofrío recorrió mi cuerpo. Y fue que aquella construcción no era como nos había parecido ver en un principio. Era oscura, terrible y siniestra, cada esquina y recoveco estaba plagado de terribles sombras. Pero eso no era lo peor, si no que la luna llena, ahora repugnante y aborrecible, desprendía un cegador resplandor rojizo.
Poco a poco unos enfermizos y enloquecedores susurros poblaron el aire, como las voces de cientos de espíritus deseosos de nueva carne para satisfacer su apetito. La demencia y la desesperación poblaban el aire.
En el momento en el que una apertura en el muro se hizo visible, no pude sino contener un grito. Un grupo de figuras horrendas, desvestidas y perturbadas, que en algún momento de su vida podían haber mostrado un aspecto humano, pero que ahora no eran más que la sombra de lo que fue el hombre, trataron de precipitarse al exterior.
Yo retrocedí tras comprender la verdad, y es que esa verdad podía haber sido la más terrible de las revelaciones. Esa… gente en su día habían sido personas como yo, personas dispuestas a desentrañar los más oscuros secretos del mundo, pero la sabiduría les habían cobrado un precio más alto del que podían pagar, su cordura.
Yo, que había soñado con desentrañar los secretos más ocultos de la historia del universo, comprendí que aquel era un precio que yo no estaba dispuesto a pagar. Así que hice lo único que mi aterrado cuerpo me permitió, retrocedí, con pasos lentos e indecisos retrocedí, pero nunca dejé de mirar a aquellas terribles criaturas que un día fueron hombres.
El que al parecer no tomó la misma decisión que yo fue el doctor Muñoz, quien, con pasos decididos, se interno entre la multitud, deseando el saber que la mente humana jamás podría asimilar. Avanzó decidido hasta que la masa le hubo tapado por completo.
Entonces oí el sonido más espantoso de toda mi vida, ese grito inhumano del que un día fue el doctor Arturo Muñoz. Y cuando el grito se hubo extinguido, aún resonaba aquel terrible eco, salido de las mismas cavernas del infierno, producido por la malévola luna, que brillaba roja en el firmamento. A partir de ese momento mi vida se pobló de horror.
En el instante en el que la roja luz de la luna se extinguió, dejándome ver otra clase de luz, la luz de la habitación del hospital en el que me encontraba ingresado, no pude sentir sino alivio.
Con el tiempo me informé acerca de lo sucedido, y de las causas de mi hospitalización. Por lo visto mi cuerpo había sufrido una reacción alérgica al fármaco que había ingerido aquella noche, y había tratado de rechazarlo, provocándome un estado de coma del que acababa de salir. Tres años de mi vida perdidos en lo que para mí fue una milésima de segundo en la grandiosidad del infinito universo.
Según los médicos había sido afortunado, ya que el doctor Muñoz había fallecido, su cuerpo no pudo tolerar los efectos del medicamento. Pero yo sé la verdad, yo sé lo que en realidad sucedió aquella terrible noche en la que el sueño se hizo vida, y creedme, desde entonces no he vuelto a ver de la misma forma la luna llena.
Y ahora los sueños han vuelto a atormentarme, la Ciudad de Plata me requiere, y temo no poder negarme a su llamada. Anoche la luna se volvió a teñir de rojo, y yo ya temo por mi alma.
Es por esa razón por lo que estoy cogiendo la soga que reposa sobre mi mesa, y es por eso mismo por lo que pienso quitarme la vida.